Reto 52 semanas, 52 relatos #7: Adiós, maestro


El reto de El Libro del Escritor de hoy también es una buena oportunidad para decirle a alguien todo eso que ya nunca podré.

7. Escribe una historia ficticia sobre un encuentro con una celebridad en un restaurante.

Por supuesto, el relato es totalmente ficticio, pero refleja todo lo que significa para mí ese desconocido con el que tanto me identifiqué. Una de las pocas personas cuyo ego soporto, aun siendo consciente de que es más alto que el mío. Porque a pesar de su muerte, él seguirá siendo un genio (un arrogante, pedante y condescendiente genio). ¡Gracias por todo, maestro!

Milán no es la ciudad más bonita del mundo, pero quién sabe por qué siempre termino volviendo. Quizás sea el misterio de su fortaleza lo que me atrae como fuente de inspiración para mis historias, o tal vez ese aire eternamente gris que el glamour y la moda nunca podrán ocultar.

Libreta en mano, me senté en un café dispuesta a empezar mi nueva novela, que aún ni siquiera tenía título. Sí, aunque parezca raro, soy de la vieja escuela: la tecnología nunca podrá sustituir al boli, herramienta imprescindible para esbozar mis relatos. Los tachones que solo veo yo son el inicio de las mejores ideas. El ordenador en realidad solo sirve para eso, para que el resto del mundo las vea ordenadas, pero en el caos están las mejores creaciones.

En la mesa de al lado había otro personaje como yo, haciendo exactamente lo mismo. Observaba a la gente y anotaba. De vez en cuando, levantaba la vista, y nuestras miradas se cruzaban entre el marco que su pluma formaba con mi boli.

La verdad es que ni siquiera le reconocí; por más que sus libros hayan marcado mi vida, su cara podría pasar desapercibida en cualquier parte. Fue él el que se me acercó con andares lentos y cierta timidez que me pareció comprensible: Un hombre mayor intentando ligar con una chica atractiva no suele tener muchas posibilidades.

Scusi. Parli ita…?

Capisco, ma non parlo —contesté, un poco apabullada por su osadía.

Posso? —preguntó él, señalando la silla a mi lado.

No me gustan los babosos pero aquel tipo me seguía pareciendo un buen candidato a protagonista, así que hice un gesto con la mano para invitarle a sentarse. Él fue a por sus cosas a la mesa y volvió conmigo.

Sei… española?

-Sí.

Entonces empezó a hablar en un español correcto aunque con un ligero acento italiano. Me preguntó qué estaba escribiendo y por qué utilizaba el boli. Le enseñé mis apuntes y sonrió; cuando me mostró los suyos vi que yo también me había convertido en un potencial personaje para él.

—¿También eres escritor?

Pegó un sorbo a su capuccino y me miró fijamente, denotando sorpresa a la vez que alivio. No sé si por el hecho de que no me hubiera dado cuenta o por que le había tratado de tú.

—Escribo. Ma solo cuando me piace. El resto del tiempo observo, estudio, analizo.

—¿Y te gusta lo que haces?

—Seguro. ¿Y a ti?

No supe si se refería a mi obra o, quizás, a la suya. Ese hombre denotaba confianza en sí mismo, y tenía una extraña capacidad para captar toda mi atención.

Eché de nuevo una ojeada a mis apuntes y después a los suyos, y aunque mi italiano no es muy bueno y mi capacidad de redacción en español la consideraba excelente, lo que yo había escrito me parecía basura comparado con lo suyo. Fue en ese momento cuando supe a quién tenía delante.

Un poco avergonzada, saqué del bolso mi ejemplar de El Baudolino, que siempre me acompaña cuando viajo en busca de inspiración.

Él sonrió de nuevo, buscó su bolígrafo y, pausadamente, escribió una dedicatoria y cerró el libro sin darme tiempo a leerla. Después recogió sus cosas y se fue sin mediar palabra, dejándome sola con sus letras:

“Si eres un genio y lo sabes, no dejes que los demás lo estropeen con alabanzas.”

Definitivamente, muy propio de él.

Observé cómo se alejaba sin que nadie le reconociera. Ni siquiera cuando pasó por delante del cartel que anunciaba la versión teatral de El nombre de la rosa que se estaba representando en la ciudad, para la cual las entradas llevaban tiempo agotadas.

Adiós, Maestro Eco. Ha sido un placer.

 

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3 respuestas a Reto 52 semanas, 52 relatos #7: Adiós, maestro

  1. Pingback: 52 semanas, 52 retos | El boli rojo

  2. Meritxell Terrón dijo:

    He de confesar que me he emocionado un poquito porque ojalá os hubierais conocido. Veo mucho de él en ti. Es una escena muy tierna y sé que habría sido genial.

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