Antonio


[No sé su nombre pero tiene cara de llamarse Antonio, así que ése es el nombre que yo le pondría, aunque hay muchos otros como él con sus otros tantos nombres anónimos]
Hoy le he vuelto a ver. A la misma hora de siempre en el mismo vagón, la gente le hace el mismo caso de siempre, que viene a ser ninguno. Pero él sigue y sigue insistiendo con paciencia cada mañana, día tras día, siempre contando su triste historia que ya a nadie impresiona.
Hoy cuando le veo siento compasión y comento en voz baja entristecida:
-Otra vez…
Lo digo con tristeza porque cada día espero no tener que volverle a ver allí, sino a lo mejor detrás de un mostrador o ganándose el pan de cualquier otra forma menos humillante que esa. Pero para la mujer que tengo enfrente "otra vez" significa: "qué tío más pesado; que se vaya a molestar a otra parte". Me dice que nadie tiene la culpa de que él sea pobre; además, hoy en día existen comedores sociales si quieres tener algo caliente que llevarte a la boca. No lo dudo, como tampoco dudo que a usted no le gustaría comer allí ni dormir en un frío colchón de albergue.
A mi lado, una muchacha se está maquillando y no puede evitar entrar en la conversación: "Yo pa drogas no le doy dinero a nadie. Si lo quiere, que se lo gane". Apuesto a que esa chica está pagando las drogas de muchos personajes poderosos, magnates de la moda o incluso personajes de la televisión que cobran cada vez que ella pone los programas donde salen. Pero por supuesto, como todo en la vida, con un poco de maquillaje nadie ve nada.
Antonio vuelve a aparecer dos paradas después en mi vagón disculpándose por las molestias. Es la primera vez que le oigo decir palabrotas desde que le conozco, pero es que esta vez, dice, no tiene nada que llevarse a la boca y ni una sola persona le había ayudado en la ronda anterior.
Me compadezco de él y le doy las dos galletas de mi (segundo) desayuno de hoy con una sonrisa. Ya creo que no tendré hambre.
-Toma, amigo, son para ti.
Él las coge con una media sonrisa dándome las gracias a pesar de que él quería dinero y yo le he dado dos galletas integrales que a él no le quitan el hambre. La mujer y la muchacha de antes me miran haciendo un gesto negativo con la cabeza.
Yo me he quedado sin galletas y Antonio sin dinero, pero hay mucha gente que nunca perderán esa dignidad que creen que tienen, más que nada porque nunca la tuvieron.
La chica por fin ha terminado de maquillarse, está monísima de la muerte y se baja del vagón justo en la misma estación que Antonio.
La mujer se queda enfrente de mí y murmura algo que no logro entender. Le pido que me lo repita.
-Digo, que qué mono tiene el cutis esta chica.- Sin comentarios.
Nada podrá maquillar la hipocresía. Tú y yo ahora dormimos calentitos en nuestras casas y todo nos queda lejos. Claro, tú y yo también tenemos nuestros problemas, pero si crees que un poco de maquillaje los arreglará te estás equivocando.
Cada vez que vuelvo a ver a Antonio, y eso sucede cada día puntualmente a la misma hora, le sonrío. Me gusta ver la tenacidad en su rostro sucio, sin lavar y sin maquillar. No sé si él me reconoce, pero siempre me devuelve la sonrisa. Y cada una de esas veces, aunque tenga algún problema en la cabeza, me alegro de tener todo lo que tengo aunque no sea mucho. Me gustaría compartirlo con gente como él, o por lo menos poder hacer algo para que su vida sea un poco más feliz.
"Lo que no has perdido, lo tienes"
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